sábado, 19 de julio de 2008

INVESTIGACIÓN SOBRE EL GARDEL ORIENTAL

Escribe Walter Ernesto Celina

La rememoración del trágico episodio ocurrido en el campo de aviación de Medellín, en el que perdieran la vida Carlos Gardel y miembros de su embajada artística, no está tan cerca en el tiempo. Se han cumplido 73 años y, como sucede año a año, desde el 24 de junio de 1935, el asombro se plantea en torno a la leyenda del máximo cantante rioplatense. Sus orígenes familiares, los perfiles de su personalidad, los secretos de su éxito profesional y, su canto, trascendiendo el tiempo -más allá de su desaparición física-, motivan exploraciones de los especialistas.

En orden a las investigaciones sobre el lugar de nacimiento, que se suman a los trabajos del periodista Erasmo Silva Cabrera (Avlis), del arquitecto y profesor emérito universitario Nelson Bayardo, del abogado y periodista Eduardo Paysée González y del analista argentino Ricardo Ostuni, surgen las nuevas aportaciones de la pesquisadora y poetisa correntina Martina Iñiguez.
Sus estudios últimos documentan la asistencia de Carlos Gardel a una escuela pública montevideana de la calle Durazno, próxima a Ejido. Este dato, afincado con solidez en base a la interpretación de planos, fotografías y testimonios, enlaza al niño Gardel con las familias que lo protegieron, tras el apartamiento que sufriera de la propia, radicada en Tacuarembó.

Martina Iñiguez disertó, abordando el aspecto señalado en el Museo Pedagógico -de Plaza de Cagancha-, en el marco de los variados homenajes al cantante epónimo del Río de la Plata y de la América hispanohablante. La nutrida platea que siguió sus razonamientos pudo cotejar, con el apoyo de una pantalla gigante, imágenes fotográficas con copias de los planos originales de lo viejos centros docentes y, además, formular preguntas y realizar aportes.
La investigadora argentina ha reunido diversas conclusiones sobre la nacionalidad uruguaya de Carlos Gardel y anima constantes debates con voceros de la versión del origen francés y, muy particularmente, con el publicista Juan Carlos Esteban.

Una noticia importante surgió ante la pregunta que me correspondiera formular a la distinguida amiga: “¿Será posible ver reunidos en un volumen el nuevo conjunto de materiales que coadyuvan a sustentar la conclusión que El Zorzal no es francés, sino un rioplatense de Tacuarembó?”
La contestación quedó dada como un compromiso: “El libro aparecerá y su edición ha sido financiada por un mecenas que presta su apoyo para una edición que no tendrá mucha demora.”

De este modo, gardelianos y estudiosos tendrán sistematizados, en un primer volumen, las verificaciones a las que ha arribado la Sra. Iñiguez, en una cruzada para rescatar la verdad histórica.
La noticia fue recibida con beneplácito por la audiencia, que continuó escuchando a la mujer de letras quien, además de compositora de bellas páginas tanguísticas, maneja con soltura el lunfardo. Desde este reducto lingüístico, reivindica la condición de la mujer -contra del machismo- haciendo una poesía madura, sin acartonamiento alguno y toques de humor muy disfrutables.
De esta faceta de la intelectual litoraleña me ocuparé en nota venidera.


(05.07.08)

martes, 8 de julio de 2008

EL TANGO Y GARDEL: LA LEYENDA

Escribe Walter Ernesto Celina

NOTA 1

El tango, como Gardel, navegan en dos mundos. Disímiles y excitantes. El de la leyenda y el real, o histórico, propiamente dicho.
En el primero, lo maravilloso los hacen resplandecer. En el segundo, importan los hechos y la recomposición de las circunstancias. Y, casi inseparables, las interpretaciones, siempre diversas, nunca únicas o cerradas.
Los protagonistas del tango y Gardel crecen en altura.

El 24 de junio de 1935 una ráfaga de viento cordillerano toca las alas del avión en que Carlos Gardel y su compañía artística alzan su vuelo. Una bola ígnea ilumina para siempre el campo de “Los Manizales”.
Moría una de las voces más preclaras de los tiempos de la canción moderna. Surgen una leyenda inusual, inacabada, multifacética, así como una historia que apasiona y convoca a los investigadores.
El tango ya caminaba con sus pantalones, de la rodilla para abajo, cuando Gardel se posesiona de el y le infunde el soplo casi divino que lo lleva de los pies a los labios. Lo hace patrimonio de multitudes.
La unión del tango con Gardel es indisoluble. Supone un acto creador trascendente.

En el trágico episodio de Medellín -que se evoca en estos días- nació una mitología que, con sus imbatibles 73 años continúa expandiéndose.
El fenómeno del tango, caracterizado por el célebre periodista norteamericano Waldo Frank “como la danza más profunda del mundo”, vuelve de la mano de Carlos Gardel, en las nuevas generaciones de músicos que, desde vertientes aparentemente opuestas -a veces-, lo encuentran un sitio acogedor y apto, como pocos, para consolidar la sensibilidad del tiempo actual.
La leyenda, con su inocultable registro popular, transita de comarca en comarca y, como si fuera un diamante, adquiere sus facetas en la literatura y en su especial capítulo de la poesía.
Por otro lado, los hechos del mundo del arte, de la composición, de la ejecución musical, de la vocalización, admiten traducciones y análisis en áreas científicas.
Jorge Luis Borges, un argentino amado por el cultivo de las letras y un rioplatense cabal, en una ficción alegórica, incursiona en el campo de la leyenda. En una poesía encuadra los matices ambientales del tango, ese susurro apadrinado en los arrabales, esparcido por los barrios con colores de malvón y crecido como un sentimiento raigal en el cemento de las ciudades. Vale evocar algunos de sus versos:


EL TANGO

¿Dónde estarán? pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el ayer pudiera
ser el hoy, el aún y el todavía.

¿Dónde estarán (repito) el malevaje
que fundó, en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones,
la secta del cuchillo y del coraje?

¿Dónde estarán aquellos que pasaron ,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?

Los busco en su leyenda, en la postrera
brasa que, a modo de una vaga rosa
guarda algo de esa chusma valerosa
de los Corrales y de Balvanera.
……………………………..
Hay otra brasa, otra candente rosa
de la ceniza que los guarda enteros;
ahí están los soberbios cuchilleros
y el peso de su daga silenciosa.

Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.

En la música están, en el cordaje
de la terca guitarra trabajosa
que trama en la milonga venturosa
la fiesta y la inocencia del coraje.
…………………………………
JORGE LUIS BORGES

waltercelina1@hotmail.com

EL TANGO Y GARDEL: LA VISIÓN SOCIOLÓGICA


Escribe Walter Ernesto Celina


NOTA 2



El sociólogo Prof. Daniel Vidart ha sostenido que, con la vida de Carlos Gardel, se ha cumplido un proceso inverso al de los payadores y cantores más renombrados del espectro latinoamericano, se trate del pampeano Santos Vega, del Mulato Taguada, del valle central de Chile, del Cantaclaro, del llano de Venezuela o de Francisco, el colombiano.
Cada uno de ellos y muchos otros, en la convivencia sencilla y abierta con sus públicos analfabetos, reconociéndose intuitivamente en el pregón folclórico lírico o en la epopeya rural, pasaron a ser personajes fabulosos en la memoria transfiguradora del paisanaje.

Las tradiciones orales cuentan que se les animaron hasta al mismísimo Diablo…, jugándose la vida en mortales contrapuntos.
Cuando el tango madura a través de un proceso, que se reconoce en sus inicios en las academias montevideanas, en los peringundines, trinquetes y piezas de las chinas cuarteleras de Buenos Aires y en las cangüelas de Rosario de Santa Fe, accede -según Vidart- al gran ciclo de la canción, entre 1920 y 1950. Luego será música afinada, partiendo de De Caro, en 1926, para lucirse con Troilo, Pugliese, Piazzolla, los Fresedo, Federico, Stamponi, Di Sarli y muchísimos más. Entre ellos, los uruguayos Canaro y Zagnoli.

Ha recordado el Prof. Vidart lo que señalaba Montaigne: la palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha. A su juicio, ello la convierte en el mayor y más elocuente vehículo de la volición, del sentimiento y del razonamiento, socialmente manifestados.
Por 1920 “el tango ardía en las gargantas de un ejército de cantores que lo desenfundaban noche a noche, a falta de los puñales de la fábula. Uno de ellos, y no el mejor todavía, era Carlos Gardel”.

En el invierno de 1915, “El Mago” debuta en el Teatro “Royal”, de Montevideo, junto a José Razzano.
Julio César Puppo, “El Hachero”, en una inolvidable crónica, compilada en “Ese mundo del bajo”, se refiere al “grito de guerra, nacido en los cafetines de los suburbios”, extendida la voz con la expresión “¡Cantá, Medina, cantá!”
Juan Medina era un obrero gráfico de los talleres del Diario “El Día”, en Montevideo. Terminada su labor, salía en las madrugadas con la guitarra bajo el brazo a recorrer los bodegones portuarios. Era famoso por su habilidad en las payadas de contrapunto. Como recuerda Puppo, “la tisis estrangulaba su garganta y, apenas, si podía modular un verso. Era cuando sus consecuentes partidarios lo alentaban con un “¡Cantá, Medina, cantá!”.
Esto sucedía, cuenta “El Hachero” cuando “por otro lado se iba gestando el advenimiento de una nueva etapa: la del cantor, o intérprete, que sustituiría al payador o repentista, en la predilección del pueblo”.

La presentación de Gardel-Razzano en el viejo “Royal” recoge el mayor éxito.
Gardel: “Es un mozo gordo, redondo. El sobretodito marrón, pespunteado, le llega apenas a la rodilla. Era la moda. Gacho blando, con el ala caída sobre un ojo; bufanda rayada, blanca y negra”.
Y es por entonces que se oye un grito distinto. Se haría clásico. Observa Puppo que “vendría a señalar el comienzo de una etapa nueva: ¡Cantate otra, Carlitos!”. El público lo aclamará como a un ídolo.
Con razón sostiene Daniel Vidart: “En las orillas, donde el campo tropieza con las primeras tapias y la ciudad se desviste de su piel de ladrillo, no cabe ya más el payador rural, dueño del espacio y del tiempo míticos, de los grandes itinerarios ecuestres, de los oasis del desierto ganadero. Aquí, en los cinturones suburbanos, dialogan cara a cara dos humanidades marginales, ambas recientemente desarraigadas, Una, del interior del país, la americana, desgajada de sus pagos por el éxodo forzado a la ciudad. La expulsada de las estancias cimarronas (que se convierten en fábricas de carnes “out door”) por los representantes el patriciado terrateniente, la “oligarquía de la bosta” al decir de Sarmiento; son las víctimas de la “Pax Britannica”, que impone la racionalización económica de las haciendas y el refinamiento de la ganadería a cambio de la apertura de los mercados ingleses para la adquisición de la carne vacuna. La otra humanidad es la extranjera, en particular la italiana, llegada en las bodegas de la inmigración transatlántica…”.

En este proscenio, de intercambios y transformaciones, Carlos Gardel se adueña de los públicos platenses, españoles y franceses, latinoamericanos y filma en Europa y Estados Unidos.
Fallece cuando tiene alrededor de 50 años y de esto hacen, ahora, 73 más. Su ascenso no tiene límites.
Nuevos y viejos públicos lo aclaman. Algo de nosotros late en su voz, en los textos de sus canciones, en sus tangos. En esos tangos que lo acarician como al hijo pródigo de una familia impar, habitante de un cielo de dos orillas.

waltercelina1@hotmail.com